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Auténticas Guerreras

  • Manolo Borrego
  • 15 may 2016
  • 3 Min. de lectura

Todos estarán de acuerdo en afirmar que Brasil es la cuna del fútbol mundial. Como ocurre en otros lugares de América Latina, el fútbol es el deporte por excelencia, constituye el epicentro de la cultura brasileña y se predica con él como si de una religión se tratara. No obstante, el respeto y la admiración se ausentan cuando es una mujer la encargada de mover el esférico. De forma similar a lo que ocurre en otros muchos países, el fútbol femenino carece de interés, tanto del aficionado como de las propias instituciones y organismos que lo dirigen y no hacen nada por mejorarlo. El estigma que tristemente sigue existiendo en pleno siglo XXI sobre la mujer que juega al fútbol tiene su explicación en la historia y desarrollo de este deporte en el país, una historia en la que el patriarcado ha reprimido el talento de muchas futbolistas brasileñas.


Cuando el fútbol llega a Brasil importado desde el continente europeo, es en principio un deporte elitista, reservado para las clases más pudientes de la sociedad, en su mayoría varones. Aún así, las mujeres ya comenzaban a reivindicar querer ser parte del mismo con las primeras torcedoras (sinónimo de hincha en Brasil), mujeres que apretaban sus pañuelos blancos en señal de pasión por su equipo. No obstante, por aquel entonces la sociedad concebía los estadios de fútbol como el lugar donde las mujeres conocían a sus maridos, hombres de raza blanca y bien situados que pusieron a la mujer la etiqueta de “admiradoras del juego” considerándolas a ellas como inferiores. Con el paso del tiempo, el balompié transciende a poblaciones de clase media y llega a los trabajadores, un paso que serviría como precedente de la creación de los primeros equipos femeninos. Sin embargo, el estado se encargaría de frenar la aparición de nuevos equipos de mujeres a través de la imposición de una ley que prohibió el fútbol femenino durante casi cuarenta años, la cual se sustentaba en la idea de que el fútbol era demasiado brusco y violento para un cuerpo que tiene funciones maternas. Este absurdo argumento aparecería también en otros países como EEUU.

A día de hoy ninguna ley prohíbe que las mujeres brasileñas puedan jugar al fútbol, sin embargo los tópicos y estereotipos machistas siguen poniendo trabas e impiden el desarrollo del fútbol de mujeres. Muchos de estos estigmas comienzan en casa, donde todavía se le otorga a la mujer un papel tradicional y algunos padres son reacios a que sus hijas jueguen al fútbol. Por otro lado, la falta de una sólida estructura en el fútbol femenino brasileño aumenta las diferencias entre géneros; la diferencia de oportunidades se empieza a apreciar desde las ligas juveniles ya que en Brasil solamente existen 10 clubes femeninos a diferencia de los más de 150 equipos de fútbol masculino. Además, la liga profesional femenina de Brasil sólo está en activo durante 2 o 3 meses en todo el año, lo cual hace que muchas grandes jugadoras desarrollen sus carreras en otros continentes.

A pesar de esta triste situación, la mujer brasileña sigue luchando por cambiar su papel y reivindicarse dentro de este mundo machista. A lo largo de los últimos años han surgido iniciativas como Guerreiras Project, impulsado por mujeres brasileñas que utilizan el fútbol como herramienta para promover la justicia de género y la igualdad de oportunidades para todos. Su acción promueve el empoderamiento de la mujer en un deporte dominado por el patriarcado. No obstante, el cambio y la forma de hacerle frente a estos estereotipos subconscientes de género en el fútbol brasileño pasa por todos nosotros. Es necesario crear conciencia social para reducir las disparidades entre género, de forma general en la sociedad y en el mundo del fútbol en particular. Recuerden el punto 3 de nuestro manifesto: El fútbol no entiende de raza, sexo o clase social. El fútbol solo entiende de fútbol.

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